La iglesia de Palmares
Por cualquier parte que se le
mire es armoniosa: ni larga ni estrecha, ni alta ni mezquina. No abusaron los
viejos de lo ornamental. Ni espigaron en lo barroco. Cada piedra fue colocada
en su sitio y labrada en perfecta línea armoniosa.
Los campesinos comenzaron por
hacer un puente de piedra que facilitaría el acceso al tajo que iba a surtir el
material de la Iglesia, en el sitio del río donde existía uno de hamaca. Y el
puente, de sólida piedra, se sigue llamando por tradición y por costumbre, el
Puente de de La Hamaca. Por ese puente nuevo, de recia contextura, pasaron las
interminables caravanas de carretas que el Padre Chaverri y el genial Padre
Gómez organizaron para el acarreo de la piedra.
La iglesia la comenzó el presbítero herediano
don Esteban Echeverri en 1893. La terminó y fue el alma apasionada de esta
romántica empresa el Presbítero don Manuel B. Gómez Salazar, de San José, quien
entró a Palmares un domingo de Ramos de 1897. De este genial tico, (“genial” en
todo, como hombre, como sacerdote, como constructor, como ingeniero, como
arquitecto, como poeta, genial, sin eufemismo), valdría la pena que algún
escritor nacional estudiara su vida maravillosa, dándole a conocer a sus
paisanos como una ofrenda a él y como un estímulo a los demás.
La primera piedra la colocó un
Obispo guatemalteco exilado de Barrios. No pude obtener el nombre del
arquitecto. Supongo que en la Curia lo deben saber, y se debería hacer público,
porque no hay duda que su templo es un acierto. La armadura de los techos, toda
de acero, y las torres fueron diseño y cálculo del propio Padre Gómez Salazar.
Todos los elementos de
construcción fueron locales. La única cosa que se trajo de San Ramón fue la
cal. Estos datos y algunos que se siguen me los suministra otro abanderado
entusiasta y dedicado en cuerpo y alma a la construcción de la casa de Dios:
don Joaquín L. Sancho, quien fungió abnegadamente y por años como ecónomo. La Iglesia de Palmares es una
obra empezada, llevada a cabo y terminada con la ayuda de Dios, por hombres
campesinos”.
Entre los picapedreros a
Pastor Castro y a Elías Pacheco. Como albañiles a Matías Fernández, Mariano
Molina y a Francisco Sagot. Las campanas se rajaron, pero se repusieron en
1884. Las fundieron Avelino García y un señor Martí. El maestro de obras por
muchos años lo fue el palmareño Ricardo Fernández. El tajo cerca de Zaragoza
que suministró la piedra de cantería (piedra suave, arenisca) era de Jesús
Rodríguez y de Santos Sancho, gamonales del pueblo, que la regalaban, por
supuesto. En el mismo tajo se labraba. El Padre Gómez desde el púlpito decía:
“En este pueblo hay 50 carretas. Las necesito a todas para el domingo. Vamos
por piedras”. Y el domingo bueyaba él mismo una yunta y habría la marcha. Y así
con la arena y la cal y todo el material. Fue la labor de todo el pueblo. Un
esfuerzo sostenido y conjunto de 35 años.
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